Un semillero de conflictos

El tiempo no sabe hacer más que una cosa: afirmar y robustecer lo que encuentra hecho.
Juan Bautista Alberdi


El ministro británico de Asuntos Exteriores, David Miliband, afirmó hace pocos días que Oriente Medio atraviesa un momento ''muy peligroso'' y admitió que es muy difícil encontrar elementos que inviten al optimismo sobre una futura solución de paz.
Cuando analizamos la guerra entre israelíes y palestinos no podemos dejar de darle la razón al ministro. La diferencia de culturas suma a todos los demás inconvenientes y permite avizorar que pasara mucho tiempo para lograr paz duradera en la región.
El mundo tiende hacia la sociedad planetaria, donde la integración y la interdependencia son cada vez mayores. Muchos países árabes, por un lado, se hayan atormentados por el efecto de demostración que produce Israel en la región, el cual los incita a imitar a países capitalistas y, por el otro, a defender la cultura tradicional donde la posibilidad de rebelarse al grupo de pertenencia es mínima.
El apego a la tradición es fuerte: permite un contacto estrecho entre familias y grupos que cuidan de mantener la ortodoxia en las costumbres y evita cualquier innovación. La igualación de la mujer con el hombre israelí, por ejemplo, es sumamente perturbador para las sociedades árabes, allí donde el género masculino tiene una situación privilegiada y su autoridad es indiscutida.
Lo más importante para la mujer y el hombre occidental, y por lo tanto en Israel, es la fidelidad a los propios sentimientos y emociones, en vez de serlo a las prescripciones del pasado. Es diferente en las sociedades islámicas: no es común que el sentimiento amoroso sea la base de la unión familiar sino las presiones culturales y sociales. El control social allí todavía es perentorio.
La población palestina se duplica cada veinte años, la alta natalidad es otro de los rasgos de sociedad tradicional donde no hay planificación familiar que responda a la necesidad de proyectar la propia vida, como lo hacen las parejas de cultura occidental.
La cantidad de habitantes tiene que ver también con la diferencia cultural. La tasa de natalidad es muchísimo menor en Israel que en las sociedades árabes porque se pretende darles mejor educación y cuidados a los hijos. Además, las posibilidades de vida son mayores por la medicina moderna. Es así, como, las mujeres y hombres buscan nuevas realizaciones una vez que sus hijos crecen. Se sienten más libres como para encarar nuevos proyectos, incluso, como lo muestra la alta tasa de divorcios, encarar nuevas parejas o matrimonios. A la mujer, incluso, se le han extendido roles profesionales que son impensables en una mujer árabe.
En cuanto a las penas y castigos la diferencia es tremenda. Todavía se castiga en algunos países árabes con la lapidación, violencia arbitraria practicada por una multitud.
Muchas mujeres, aún en la actualidad, son sometidas a la amputación de clítoris, y en países mas adelantados, como es el caso de Egipto. Los “crímenes de honor” son practicados por parientes de las mujeres que cometen adulterio, para limpiar lo que se considera una mancha para la familia.
El carácter sagrado de las tradiciones, obstruye el cambio el cual, es rechazado o resistido. En Israel, está institucionalizado, aunque no desaparece la religión, ni las tradiciones, éstas pueden ser seriamente cuestionadas.
Los países árabes que están entrando en la modernidad, tienen el problema de que la tecnología moderna necesita de menos trabajadores- no logra absorber la enorme desocupación- y, además, deben estar capacitados para poder utilizarla.
La pobreza se extiende aunque se eleve la producción. No alcanza por el crecimiento desmedido de la población. Esto se liga también a la educación que conserva nivel bajo y no alcanza para todos, es un bien sumamente escaso.
Aunque hay países árabes más adelantados, por lo menos, sus elites, la sociedad, en general, aún conserva pautas tradicionales, comportamientos típicos de la tradicionalidad, que impiden o retrasan el progreso.
Israel es un país democrático, la libertad de pensamiento y la libertad política permiten que se desarrollen múltiples concepciones del mundo y, la ciencia, está institucionalizada.
Estas diferencias, a las que se pueden agregar muchas otras, resumen el choque de culturas, uno de los motivos principales de la inestabilidad en Medio Oriente. No podemos dejarlo de lado cuando aventuramos un período de paz prolongado entre Israel y los palestinos.

Elena Valero Narváez. Autora de “El Crepúsculo Argentino” LUMIERE, 2006.
evaleronarvaez@hotmail.com

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