El intento de reforma de la Constitución, viene con mal olor...

El intento de reformar la Constitución, viene con mal olor…. Abandonar la democracia, ambiente pacifico para resolver los problemas, presupone dejar la construcción del propio destino en manos de un dictador, quien, por lo general, se arropa, hasta conseguir todo el poder, en un poncho de cordero. Negando la acción creadora del hombre impone desde el Estado, por ley o de facto, el fin de la propiedad privada y el fin de los valores que permiten la creación de riqueza y el progreso social espontáneo. El gobernante autoritario intenta, apelando a primarias emociones, controlar, si no hay otros poderes que se lo impidan, a toda la sociedad. Es así como los tenues controles iniciales se vuelven opresivos para la economía, la persona y la cultura. En Latinoamérica, hay intentos de volver a dictaduras, pero, aunque se trate de terminar con la democracia , los países que han conocido, aunque livianamente, el goce de la libertad, de la libre expresión, no aceptarán, si no es por el terror, que se combata desde el Estado la existencia autónoma de la opinión. Lo observamos, en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador y también en la Argentina. No se podrá por mucho tiempo mantener un régimen basado en el miedo y la mentira. Hoy gozamos de medios modernos que impiden la doctrina y el pensamiento único. En los totalitarismos y autoritarismos pasados, la escuela era elemental para adoctrinar, pero hoy no basta. En un mundo planetario, y gracias a las comunicaciones modernas, producto del sistema capitalista democrático- las cosas se saben, se discuten y salen a la luz. Es improductivo pasar por encima de los derechos individuales y leyes fundamentales reconocidos por la Constitución. El Estado debe proteger a las autoridades que imponen el orden, dentro de un régimen jurídico social basado en el reconocimiento de los derechos individuales, en poderes limitados de los que gobiernan, y en la guía de la Ley fundamental. También proteger, especialmente, a las minorías que llaman la atención de los gobernantes cuando se extralimitan. La reforma apresurada de las constituciones, decretos o resoluciones que afecten disposiciones constitucionales, debieran evitarse, para dar a ciudadanos y extranjeros que quieran vivir o invertir en el país, la confianza en que cualquiera sea el que gobierne, será dentro del estado de derecho. Reformar nuestra Carta Magna, sin una discusión matizada por tiempo y responsabilidad, puede significar la destrucción del sistema que defiende.. Hoy se están vulnerando derechos fundamentales como el de trabajar, ejercer toda actividad lícita, de comerciar y, otros. Más aún: se convierte en institucional toda acción de gobierno que viole algún derecho reconocido por la Constitución. Necesitamos jueces que cumplan con su deber: velar por el sistema normativo, invalidando todo lo que se haga en su contra. Es común que los gobiernos populistas redistribuyan: quiten a unos para dar a otros beneficiando a sus preferidos a costa de imponer cargas a quienes proveen con su trabajo al Estado vampiro. Esto se enfrenta al principio de inviolabilidad de la propiedad. Los países donde el gobierno es el que reparte planificando la economía, distribuyen con criterio político, no económico ni igualitario. Los funcionarios deciden autoritariamente la distribución de la riqueza lograda por todos los que trabajan y permiten el funcionamiento de la sociedad. Es diferente en los países donde el sistema democrático y capitalista funciona: allí son las empresas, los trabajadores, las asociaciones, la gente, la que reparte, invirtiendo y ahorrando parte de lo que ganan. Los gobernantes que rechazan la democracia y al capitalismo, hacen crecer enormemente al Estado, de manera que, éste, se inmiscuye, cada vez más, en las decisiones de la sociedad civil, se apropia de la mayoría de las empresas, y se hace cargo de todos los detalles de la estructura económica. Disminuye al mínimo las bases de la democracia: opinión pública institucionalizada, seguridad jurídica, y el ejercicio democrático del poder judicial y del Congreso. Controlan y regulan las corporaciones de trabajadores, estudiantes, empresarios, profesionales, intelectuales y universitarios. Hoy en Argentina, se está abandonando el contexto democrático donde las demandas pasan por partidos consolidados y con políticas alternativas a las del gobierno. Como en Venezuela, los ciudadanos nos hemos convertido en rehenes de una concepción autoritaria que lleva a hacer creer que la libertad de elegir es parte de una concepción egoísta que olvida el interés colectivo. El empresario es despreciado por su interés en obtener ganancia. Hasta los chicos hacen piquetes en los colegios con carteles en contra del lucro y del dinero y a favor de la acción estatal en su contra. Esperemos que la oposición logre unirse, esta vez, y defienda la preservación de los principios de la Constitución que, seguramente, se verán amenazados si se logra la reforma que promueve el oficialismo. El progreso está ligado al cambio de un sistema cerrado, de un Estado apropiador de la riqueza de la sociedad civil, que depende de las decisiones autoritarias de un Gran Hermano, por otro abierto y descentralizado. Con él las instituciones se hacen más eficientes, tanto en política, como en economía, ciencia y cultura y las personas pueden decidir libremente su futuro. Las desigualdades del mercado las provoca la gente, las arbitrarias de los regímenes tiránicos, la pretendida omnisciencia de los gobernantes. Recordemos: el sistema socialista real, el nacional-socialismo, y los nacionalismos populares terminaron con el estado de derecho y con una justicia independiente, si la hubo, porque la política estuvo por encima de la Ley. De que se multipliquen los enamorados de la libertad depende que así no sea. Elena Valero Narváez. (Autora de “El Crepúsculo Argentino”.Lumiere.2006) evaleronarvaez@hotmail.com

¿vox populi, vox dei?

¿Vox populi, vox dei? Mirando hacia varios países de América Latina, Bolivia, Venezuela, Ecuador y, ya podemos incluir a la Argentina, nos damos cuenta que las mayorías no siempre tienen razón. Y eso, sin recurrir al ejemplo paradigmático del voto mayoritario, que permitió a Hitler llegar al poder. Los gobernantes de esos países, por acceder a la presidencia de la mano de la mayoría, creen que pueden gobernar como quieren, sin respetar las normas democráticas, saltando, una y otra vez, por encima de ellas. No se preocuparon, una vez llegados al poder, por cómo debe gobernarse en un sistema democrático. A las pruebas me remito: en todos esos países, se intenta acallar la voz de la prensa independiente. Evitar la tiranía fue la preocupación de los padres de la Constitución de 1853. Hay valores que la sociedad y los gobernantes deben defender a toda costa, ellos están enunciados en ella. La concepción filosófica que la hizo posible es liberal: Todas sus disposiciones tienen fe en la libertad, por eso, la limitación del poder es condición necesaria para combatir la dictadura. Los tiranos hacen colaborar a la fuerza y acatar las medidas anticonstitucionales en silencio. Dejan de responder por sus actos de gobierno, por lo tanto, también desisten de ser responsable por ellos. Se convierten en gobernantes omniscientes, pretendiendo dirigir la vida de los gobernados, hasta el punto de olvidar uno de los derechos mas importantes: el de forjar el propio destino, el tener, incluso, el derecho a equivocarse. El deber del estado democrático es reverenciar los derechos individuales y garantizarlos, respetando la dignidad de las personas, de todas, no solamente la de la mayoría. También, por ello, debe limitar la libertad, solo lo suficiente, como para que no se pueda perjudicar a los demás. El hombre se deja impulsar más por las pasiones que por la razón, pero, el sistema democrático lleva a que se intente ser menos irracional. Por ejemplo, el hecho de que haya libertad de prensa permite, que todas las opiniones salgan a la palestra. Acepta la crítica de las acciones del gobierno y ayuda, de este modo, a mejorarlas por medio de mejores propuestas. Sin libertad para compartir lo que pensamos no podemos llevar a la práctica nuestras ideas, necesitamos, también, de la crítica, para poder cambiarlas o corregirlas. Es indispensable que la opinión pública esté institucionalizada o sea permitida por el poder político. Necesitamos de las razones que avalan una opinión y de las que la refutan. Así se progresa y aprende, como sucede, también, en el campo científico. Vemos, con qué ligereza los gobernantes autoritarios de América Latina, se prenden del micrófono, en actitud antisocrática, pretendiendo saberlo y explicarlo todo, olvidando, que los seres humanos nos movemos dentro del terreno de la conjetura. Debieran ser mucho más humildes, permitir el disenso, y contrastar sus opiniones con la realidad. Karl Popper definió lo decisivo en una democracia: la posibilidad de destituir al gobierno sin derramamiento de sangre , por medio del voto. Todo gobierno que puede ser derrocado conserva un fuerte estímulo para actuar de manera que satisfaga a la gente. Y ese estimulo desaparece cuando el gobierno sabe que no se lo puede destituir fácilmente. Es por eso, que los gobiernos latinoamericanos, intentando perpetuarse en el poder, debilitan los pilares de la democracia: la opinión pública y el sistema de partidos. Cambian, una vez llegados al poder, la filosofía liberal por una nacional-socialista, intervencionista, estatista. De esta manera dejan a la sociedad sin autodefensa, sumando, para conseguirlo, la tecnología moderna que les proporciona el Estado. Llevan a la economía a los viejos esquemas, donde las empresas operan aisladas de la competencia y con restricciones a la importación y a la exportación. El Estado deja de ser garante del derecho de libre comercio para propiciar una economía cerrada, volcada hacia el mercado interno, sofocando la iniciativa privada. El fracaso, en todos los casos, se hace sentir con sobre-exigencia de la sociedad hacia el gobierno, en materia de políticas sociales y de ingresos. Además, con estas políticas de redistribución estatal, se pretende repartir sin que aumente la producción y la productividad, las cuales, sin inyección de capital, son imposibles. A pesar de todo somos muchos los optimistas: el futuro está abierto de par en par y depende de nosotros. La Constitución permite resistir a un régimen político injusto, a una tiranía que no respete la libertad y otros importantes derechos individuales, que permiten el desarrollo pleno de las personas. Los presidentes autoritarios o en vías de serlo, olvidan que en América Latina, hay ejemplos de países más exitosos porque han dejado de desear lo nocivo: el Estado de Bienestar. Éste, opaca la libertad y creatividad humana con su canto de sirena, resumido en que se debe esperar todo del Estado. Se han percatado que por ese camino se llega a la dictadura, a la pérdida del más importante de los valores: la libertad. No es fácil ser libre, uno es responsable de sus elecciones, debe construirse por sí mismo pero, es mucho mejor, que depender de un Estado, el cual, en nombre de satisfacer las necesidades de las personas, se apropia de sus vidas y de su libertad, convirtiéndolas en ovejas, a las que puede manipular a su antojo. Elena Valero Narváez. (Autora de “El Crepúsulo Argentino”. Lumiere.2006) evaleronarvaez@hotmail.com