El buen consejo de Maquiavelo

En “El Príncipe”, Maquiavelo considera sumamente importante para mantenerse en el poder, tratar de ajustar los gastos a los ingresos.
Legítimamente señala, que el gobernante dispendioso acaba, por necesidad, gravando con impuestos altos a sus súbditos, apelando a todos los procedimientos fiscales y echando mano de cuantos recursos pueda valerse para recaudar dinero. Opina, que ésta conducta, termina por hacerlo odiar por todos aquellos a los que empobrece, es decir, toda la sociedad.
Maquiavelo muestra la inconveniencia del gasto desmedido.
En nuestro país no se asocia el ahorro con el desarrollo. No es el único, basta con observar los problemas que tienen los europeos para reparar que el gasto público se ha convertido en una conducta compulsiva. Las consecuencias están a la vista: endeudamiento, desempleo y disminución del nivel de vida.
La sociedad termina pagando la irresponsabilidad de los que gobiernan.
En Argentina la modernización estuvo ligada-como muchos otros países- al capital extranjero que permitió crear la infraestructura necesaria para aprovechar las condiciones favorables que proponía el comercio mundial.
Pudimos progresar aceleradamente gracias al ahorro de los empresarios ingleses, sobre todo. Aún hoy se lo desprecia y se sigue enseñando en las universidades la errónea teoría de la dependencia y la explotación.
Argentina necesita imperiosamente aumentar la producción y la productividad, contar con capitales extranjeros que se sientan seguros de poder invertir.
El capital autóctono escasea, las empresas, que podrían haber aprovechado las oportunidades que permite el comercio libre, se ven afectadas por regulaciones inconcebibles, limitaciones a la exportación e importación que no permiten mejorar la tecnología y aumentar la productividad, base del progreso económico.
El gobierno se está volviendo cada vez más rapaz porque no puede cumplir con las obligaciones populistas que se ha creado. Los problemas van haciéndose manifiestos. La energía es un ejemplo paradigmático.
Tenemos recursos como para no tener cortes de luz y poder acceder a combustibles más baratos, solo necesitamos abandonar políticas coercitivas para incentivar y atraer inversiones del mundo entero.
Lamentablemente, pocos se arriesgan a traer capitales, se eligen otros países, mas seguros con políticas que permitan el cálculo económico. Debe restaurarse la confianza perdida por la nefasta intervención estatal en la economía.
Buena parte de los argentinos se dejaron llevar por discursos que apelaron a la emoción mucho más que a la realidad. Se creyó en el estado benefactor más que en la capacidad individual.
Durante el gobierno de Frondizi, con inestabilidad política, y asedio de la cúpula militar, se hizo un real esfuerzo por cambiar la política económica que se pareció durante años a la actual. Sería útil recordarlo.
Frondizi con valor dejó de lado ideas que defendió antes, y comenzó su gobierno con un discurso que convendría leer hoy. Es el apropiado para realizar un cambio de timón.
Dijo en el Congreso: “El establecimiento de un orden jurídico y de una justicia independiente que proteja al ciudadano contra los excesos del poder administrador, son condiciones indispensables para el progreso económico..…deberá garantizarse la libre competencia como estímulo del progreso….y facilitarse la función creadora de la iniciativa privada…”
Como si fuera poco llamó a colaborar en el área de Economía, Trabajo y Seguridad Social, a quien siempre defendió esas ideas: Álvaro C. Alsogaray. Tomó como punto de partida la decisión del Dr Frondizi -expresada el 29 de diciembre de 1958- la devaluación de la moneda y la liberación de la economía.
Se inició una política diametralmente opuesta al estatismo, nacionalismo regresivo, controles e inflación reprimida, que había regido en el país desde 1946 y continuó con la Revolución Libertadora y gobiernos posteriores.
Para abril de 1961 se alcanzó una posición destacable. En menos de dos años las reservas monetarias netas habían aumentado notablemente y el peso argentino se mantenía estable. Se iniciaba la construcción del crédito interno y externo, existía adecuada liquidez, la bolsa estaba firme y facilitaba la capitalización de las empresas mientras se cumplía un acelerado proceso de reequipamiento industrial. La balanza de pagos era positiva, el déficit del presupuesto decreciente y financiado sin emisión.
Si se hubiera persistido en el esfuerzo, el éxito no estaba lejos, ya que una auténtica política de desarrollo caracterizada por la afluencia de capitales del exterior estaba en marcha. Lamentablemente, la forzada renuncia del Ministro y los problemas que llevaron al golpe militar y a la destitución del Presidente, marcaron un rumbo incierto.
Cuando “las papas queman” aparecen los que deben “ajustar” y se los tolera hasta que salvan la situación, después se prefiere a los que “regalan” y “distribuyen” con plata ajena. De esa forma volvemos al círculo vicioso que no nos permite levantar cabeza.
Sin embargo, otra vez la realidad se va a imponer en Argentina, como lo está haciendo en Europa y tantas veces en nuestro país. Veremos si ésta vez aprendemos y el próximo gobierno, o por milagro, el actual, siguiendo el buen consejo de Maquiavelo, bajan el gasto y también, como en el gobierno del Dr. Frondizi, realizan un cambio de ese tipo, esta vez perdurable, para que podamos gozar de los resultados.

Elena Valero Narváez. Autora de “El Crepúsculo Argentino”Lumiere.2006
evaleronarvaez@hotmail.com

Primer mandamiento del progreso: respeto por la propiedad privada

La violencia institucionalizada fue el rasgo común en la Historia para obtener o mantener la propiedad. La miseria alcanzaba a la mayoría en las sociedades previas al surgimiento del capitalismo.
Cuando después de un larguísimo proceso histórico, la propiedad se consolidó, dejó de depender de la fuerza de los que dominaban o detentaban el poder.
Cuando ocurrió la Revolución de Mayo, las colonias de España eran aún tierras realengas, la propiedad dependía del capricho de reyes, gobernantes y señores protegidos por el Estado.
Las instituciones democráticas patrimonio del occidente europeo y EEUU permitieron que no fuera necesaria la fuerza como fundamento de la propiedad.
Recién en el siglo XX se fue afianzando el modo capitalista de producción y acumulación -producto de ideas liberales que culminan con la Revolución Industrial- creando un mejoramiento económico, cultural y social jamás, ni siquiera soñado.
Pero junto a éste sistema, después de la Primera Guerra Mundial, las ideas nacionalistas se imponen con fuerza sobre todo en Alemania, Italia y Francia. El golpe bolchevique en 1917 reavivó las teorías marxistas y la crisis de 1929, en EEUU, hicieron triunfar las ideas socialistas, fascistas, y nacional socialistas, declinando el liberalismo y el sistema capitalista.
Sin embargo, el triunfo de los países aliados dividió al mundo y, la consolidación del sistema capitalista, basado en la defensa de los derechos individuales y de una institucionalidad democrática, mostró un fantástico crecimiento económico, en los países que lo adoptaron y en los que fueron obligados a adoptarlo como resultado de la rendición. Los países vencedores lo impusieron en Japón, Alemania e Italia devastados por la guerra.
La propiedad privada base fundamental del sistema capitalista fue rechazada o asediada por los regímenes estatistas e intervencionistas, partidarios de la planificación central, por lideres e intelectuales marxistas como Engels, Marx, Trotsky, Lenin, Guevara, Fidel y Raúl Castro. También, entre tantos otros, por gobiernos populistas y nacionalistas como fue el de Perón y lo son los actuales presidentes de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina.
Pese al rotundo fracaso del socialismo en todas sus variantes, del nacional-socialismo y del fascismo, perduran estas ideas que desparraman intelectuales, jóvenes y obreros dirigidos por agitadores universitarios de clase media o sindicalistas que desprecian las ideas liberales desde un ámbito cómodo y moderno surgido justamente del sistema que combaten.
Adoptan las ideas socialistas como una religión, con fe, pero sin entenderlas. Los dominan las emociones, por ello se alejan de la realidad aunque, la Historia, les permite acceder a innumerables ejemplos de países donde la abolición del capitalismo y de la institucionalidad democrática llevó a sus líderes a crueldades que terminaron con la vida de miles de personas. Sumieron en la pobreza a poblaciones enteras salvo a los miembros del partido único, militarizaron a los sindicatos, convirtiendo a los obreros en maniquíes que no podían disponer de su vida como quisieran.
Un ejemplo paradigmático, que se resisten a comprender, es el del terrorismo, integrado por jóvenes idealistas que murieron y mueren por esas ideas aterrando al mundo con sus atroces atentados. Si se hubieran impuesto las ideas de los terroristas argentinos nos hubiéramos parecido a Cuba, país donde se entrenaban para perpetrar atentados y tomar el poder.
No reconocen que si la acumulación de capital no la consiguen los empresarios privados con su esfuerzo, es el Estado el que se encarga de ello.. Éste se vuelve cada vez mas voraz y, finalmente, debilita a la sociedad civil y se convierte en el único patrón, el que reparte la riqueza, aumentando, de este modo, la injusticia social y la corrupción.
Contrariamente a lo que aseguraba Marx, el sistema capitalista no depende de quitarles el capital a los ricos para dárselo a unos pocos amigos como lo hacen en la actualidad los regimenes comunistas o populistas, sino en crear riqueza donde no la hay.
Atacan a EEUU, representante del progreso occidental y, utópicamente, creen en idealizadas sociedades primitivas o en un paraíso socialista. Se ponen anteojeras para no ver el fracaso de esas ideas en el mundo entero. Les bastaría analizar la diferencia de riqueza entre los países capitalistas y los que lo rechazan.
Estados Unidos, Canadá, Australia, los países occidentales europeos, no les dicen nada, no los comparan con Cuba, Afganistán, Corea del Norte donde no permiten funcionar a los mercados, y el sistema de racionamiento suele ser permanente. La destrucción del capital y el estancamiento, es lógica consecuencia de un sistema que rechaza los libres intercambios humanos.
China nos da más información: Si bien este país acepta la economía de mercado no podemos decir que es un país capitalista. Para que lo sea deberá germinar un poder limitado, respeto por los derechos civiles, justicia independiente, pluralismo político y libertad de expresión sin los cuales en ningún país el sistema capitalista puede arraigarse.
Sin embargo, el reconocimiento de la propiedad privada y la creación de bancos y otras instituciones que promueve la economía de mercado, sumados a la confianza que debe sostener con el resto del mundo para poder seguir creciendo económicamente es probable que obligue a China a, no solamente abrir su economía, sino a romper las bases del socialismo. De esa manera podrá dirigirse hacia una democratización paulatina. Podría ser posible si se fortalece la sociedad civil y presiona por el cambio.
El capitalismo, contrariamente a lo que generalmente se cree, esta ligado a la ética que sostiene una base de paz, de reciprocidad y de respeto de los acuerdos y de los derechos civiles por parte del gobierno, la justicia, y las personas.
Los argentinos merecemos un milagro: volver a los valores que propician el sistema capitalista para que podamos salir del círculo vicioso en que nos entierra el intento de planificación central del gobierno actual.
El respeto por la propiedad privada es fundamental para que un país progrese en todo sentido. Y la más importante es la persona. Tanto el ciudadano común como el empresario debieran ser libres para decidir su propio destino. No se necesita que el gobierno decida por ellos, el hombre libre es mucho más creativo y eficaz que los burócratas estatales.
Ningún sistema económico es perfecto, además en las sociedades capitalistas, o en vía de serlo, sus estructuras son naturalmente asincrónicas por lo cual el desarrollo de unas es mayor que el de otras. Puede ser, por ejemplo, mas moderna la estructura económica que la política como sucede en China en la actualidad, incluso en algunos países europeos. Esto produce conflictos difíciles de solucionar o morigerar, pero, la comparación más burda nos permite asegurar que el sistema capitalista es el que permite mucha mejor producción, productividad y calidad de vida.
Y para “los jóvenes imberbes”, como los llamó Perón, que creen, aún, en las ideas marxistas y pretenden que los obreros son explotados en un régimen capitalista, vaya la retractación de Engels en la reedición de su libro “La situación de las clases obreras en Inglaterra”. Refiriéndose a lo que ocurría en ese país en 1892 escribió: “El estado de cosas descripto en éste libro pertenece hoy al pasado por lo menos en lo que respecta a Inglaterra”. ¿Que diría hoy, también Marx, si vieran el progreso material y espiritual de los países donde brilla un sistema capitalista y democrático donde el gobierno es limitado y respeta los derechos individuales?

Elena Valero Narváez. (Autora de “El Crepúsculo Argentino”. Ed. Lumiere,2006)
evaleronarvaez@hotmail.com

Otra Historia

Cierto resquemor inspiró a los historiadores el decreto presidencial que creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoaméricano, Manuel Dorrego. Desde allí, se difundirá en escuelas, privadas y públicas una historia que deja de lado las figuras que representaron el ideario liberal de la Constitución de 1853.
Desde hace un tiempo se pretende opacar a figuras de inmensa relevancia que constituyeron el período conocido como la Organización Nacional -1853-1880- y el de los gobiernos conservadores-liberales (“la oligarquía”:1880-1916).
La constitución de 1853 de base liberal, la unificación del país lograda abatiendo definitivamente al caudillismo, terminar con la frontera indígena, la atracción de inmigrantes y capitales, el desarrollo del comercio y la educación fue fundamental en el camino de la formación de la Argentina moderna.
Desde el Instituto, se reivindicará a “todos aquellos que defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante”.
La ideología liberal influenció no solo a los revolucionarios de Mayo, también a los unitarios y federales. El único federalismo que existía, era el norteamericano. Dorrego había vivido en Estados Unidos y era admirador, como Sarmiento, del sistema político de ese país. Llamó a EEUU “país clásico de la libertad” y expresó que:”la Constitución debe ser ventajosa no solo para los ciudadanos que encuentran su subsistencia y conservación dentro del país, sino también para los que la busquen fuera de él, en cualquier parte que sea”
Con el decreto se trata de imponer ideas que opacan la luz de la tolerancia y el espíritu abierto que caracteriza a la democracia y, sobre todo, dejar de lado la objetividad científica que desistirá de respirar si prospera un autoritarismo hegemónico.
La Historia es una ciencia que intenta describir y explicar los hechos irrepetibles del pasado mediante información lo más completa posible. Como las teorías de otras ciencias son también provisorias, pueden ser analizadas, revisadas o reemplazadas si no se adecuan a la realidad o se hacen incompatibles con ella por el descubrimiento de nuevos hechos.
Como bien señala Karl Popper, las técnicas y métodos (documentos, biografías, entrevistas, encuestas, lenguaje común, etc) compartidos por la comunidad de historiadores permiten un control recíproco de la contrastación, la discusión, y el análisis de los datos.
El historiador va, como todos los científicos, detrás de la verdad que, contrariamente a lo que trasunta el decreto, no es relativa, aunque la mayoría de las veces no sepamos si la hallamos.
El empleo de medios políticos para imponer ideas que ayuden a instaurar una historia a medida de los gobernantes y una doctrina oficial va en contra de la libertad de la crítica, la libertad de pensamiento y acaba por disminuir la libertad de los ciudadanos.
Los artículos del decreto muestran, además, un intento de intervención del gobierno por dominar la cultura, interviniendo en la música, el arte en general.
En los últimos años han aparecido pseudo-historiadores que pertenecen al club de intelectuales que antes de ver si las explicaciones históricas coinciden con los hechos se preocupan por quién es el que las sostiene y si coincide o no con las hipótesis que ellos apoyan. Por ello descalifican a serios historiadores, por ejemplo, por no haber tenido en cuenta al pueblo, al que endiosan.
Descalifican llamando reaccionarios, oligarcas, demoliberales, enemigos del pueblo, retrogrados y con otros epítetos, a quienes no hacen Historia a la medida de sus intereses. Solo consideran a su ideología como correcta. La usan como instrumento político de dominación ideológica, sin que importe su contenido de verdad. La objetividad, para ellos, está siempre ligada a sus ideas políticas.
Lamentablemente, años de socialización nacionalista, han influenciado el discurso ideologista no solo de un grupo ligado a los requerimientos del poder -mal llamado historiadores- sino también a periodistas, políticos, maestros y a mucha otra gente.
En el decreto, entre los que se quiere revalorizar como preocupado por el pueblo, se encuentra Facundo Quiroga. Sin embargo,el liderazgo de los caudillos fue oligárquicos. Muchos fueron grandes propietarios rurales y como señala Halperín Donghi,a pesar de su base popular, no mostraron capacidad operativa para crear ni para distribuir riqueza pero sí para la expoliación de un sector de la clase dominante, el que se oponía al caudillo. No concedían gratificaciones populistas tangibles a las masas, como lo hizo Perón.
Además, los caudillos temían un acuerdo general y de autoridades nacionales que pudieran afectar el poder que tenían en sus regiones. Rosas estaba tan ligado a los intereses “porteños”, en los hechos, como los unitarios de Buenos Aires, sin embargo, continúa una visión distorsionada de los caudillos: se los define como gauchos que luchaban por los derechos populares y que defendieron los intereses regionales en contra del centralismo porteño. La Historia no es tan simple. Un ejemplo: El Chacho Peñaloza cuando se independiza de Quiroga actuó primero como antirosista y luego como antimitrista.
Los sectores populares operaron de meros apoyos a las decisiones esenciales, en las que no tuvieron ninguna participación y sobre las cuales no pudieron ejercer ningún control. Su participación siempre fue en el marco de un dominio incuestionable del caudillo a quien respaldaron en la defensa de la autonomía económica de las provincias que dominaban.
No hay cabida, entre estos intelectuales, para una refutación racional como siempre sucede con la Historia ligada a intereses políticos.

Elena Valero Narváez. (Autora de “El Crepúsculo Argentino” Lumiere.2006)
evaleronarvaez@hotmal.com