En el trapecio y sin red…

Las demandas que hacen, el líder camionero Hugo Moyano y otros jefes sindicales, más allá de los fines políticos que se le atribuyen, muestran que en un futuro, cada vez más próximo, el Gobierno se verá en serias dificultades para controlar la situación de protesta que ha creado. El descontento se extenderá, en la medida que se eleve el costo de vida y pierda valor el peso, por el aumento del índice inflacionario. La crisis que se avecina, de la que dan cuenta varias manifestaciones populares, es producto de una política dirigista que –como otras veces en el pasado- terminó en la necesidad de emisión monetaria y su consecuencia: la inflación. Este fenómeno nos aleja de la competencia con el mundo, entre otras cosas, por el aumento de los precios y de los costos internos. El manejo de la economía desde la casa de gobierno, no ha permitido aprovechar la producción del sector agrario por las restricciones a la exportación. Por otra parte, un país con recursos energéticos, como es Argentina, se ha visto en la necesidad de importar petróleo, gas, y combustibles, a precios muy elevados. Se generó, así, un enorme déficit energético que va a costarnos cerca de catorce mil millones de dólares en importaciones, cuando hace solo tres o cuatro años teníamos un balance comercial energético positivo. Por erróneas políticas, basadas en un nacionalismo obsoleto, se abandonaron las medidas tomadas en la década del 90, llamadas despectivamente, neoliberales, que nos permitieron exportar petróleo y autoabastecernos. El Banco Central dejo su función de proteger la moneda y está agotando aceleradamente sus reservas, por la fuga de capitales y el atesoramiento en divisas. Ello se debe a la desconfianza de los agentes económicos en la moneda local. El gobierno repite, que el Banco Central tiene 47.000 millones de dólares de reservas, cuando éstas ya no estarían alcanzando a 25.000 millones de dólares, si se consideran las obligaciones que esa entidad financiera tiene por delante. Ante los problemas que se están anunciando con claridad, no hay voces que se preocupen por las soluciones que se necesitarán cuando la situación exija tomar medidas con rapidez. La inflación está, poco a poco, paralizando al país, los precios se elevan, escasean las divisas, y el desprestigio internacional, como la crisis que se avecina, es cada vez más evidente. Esto muestra, a las claras. que no es el sistema de libertad económica el que produce estos problemas, sino el basado en las ideas kirchneristas: un puchero de nacionalismo, socialismo e intervencionismo, similar al que sufrimos con diferentes gobiernos desde 1943 en adelante. No ha habido freno para el gasto público -ya es superior al 45% del PBI- si nos atenemos a los compromisos del gobierno, como el de enviar los recursos que necesitan las provincias para cumplir con sus obligaciones. Además, no deja de destinarse cada vez más dinero a fines arbitrarios, los cuales, no tienen en la mira las necesidades más urgentes de la gente, sino, .un afán electoralista. En vez de buscar soluciones se acentúan los controles, se persigue a los productores, comerciantes, y al ciudadano común, como lo observamos, recientemente, con las medidas destinadas a evitar que salieran dólares del país. Los argentinos aún no aprendimos que de la dictadura económica se pasa a la restricción de las libertades individuales. La democracia asociada al sistema capitalista modificó radicalmente el panorama de la vida humana en Occidente, y está repercutiendo en todo el planeta. Argentina se modernizó impulsada por “ciudadanos del mundo” como lo eran Alberdi, Sarmiento y Mitre. Los gobiernos que abrazan al socialismo y al nacionalismo se vuelven totalitarios o populistas porque con políticas reaccionarias, combaten el capital, el dinero, la propiedad privada, la libertad de prensa, la limitaron de los poderes al gobierno, la igualdad jurídica y el mercado. Esos regímenes produjeron enormes fracasos oprimiendo y explotando a los sectores obreros. La “dictadura del proletariado” jamás se hizo realidad. Fue la “intelligenzia” la que dirigió los sistemas socialistas. Tampoco hubo “emancipación de la clase obrera” porque el socialismo exige terminar con la espontaneidad de la sociedad civil, su modo de gobernar se basa en mandatos autoritarios. Ello, presupone, un poder absoluto. Quienes defienden gobernantes autoritarios olvidan que Lenin y Trotsky establecieron penas de cárcel y campos de concentración para los trabajadores, quienes se hallaban obligados a cumplir cualquier orden de los jefes del Partido. Este, y otros innumerables y similares ejemplos que debemos a las experiencias del socialismo real, deberían instar a los trabajadores a defender, con ahínco y decisión, la democracia y las instituciones del país, oponerse a los monopolios estatales, a las estatizaciones y al avance del Estado sobre toda actividad económica. También, a promover la libertad de agremiación y frenar cualquier acción del gobierno tendiente a debilitar a la sociedad civil, porque allí están las fuerzas que combaten la concentración de poder que lleva a la opresión y las que evitan la pobreza. Son también los trabajadores los primeros que tendrían que denunciar la peor estafa a la que son sometidos: la emisión de moneda sin respaldo para cubrir enormes gastos públicos y déficits crónicos que corroen sus salarios y el producto de su trabajo. Si observamos cuáles son las políticas de los países de mejor calidad de vida del mundo, que hoy se encuentran a la avanzada del progreso y la civilización, veremos que se basan en una economía de mercado. Solo es posible en un sistema de libertad y competencia, en todos los órdenes, y donde el Estado cumple con sus funciones especificas, que en nuestro caso están claramente delimitadas en la Constitución Nacional. Elena Valero Narváez. (Autora de “El crepúsculo Argentino” Lumiere . 2006) evaleronarvaez@hotmail.com

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