El abusivo poder sindical

Elena Valero Narváez

El Ministerio de Trabajo otorgó, al sindicato de camioneros, liderado por Hugo Moyano, la distribución de periódicos y revistas. Éste acuerdo, ha puesto en estado de alerta a la Asociación de Editores de diarios. Hace unos pocos meses, activistas del sindicato de Moyano, reclamaron el acuerdo en forma violenta: bloquearon las plantas impresoras de La Nación y Clarín.
Por otro lado, trabajadores de la UTA (Tranviarios Automotor), liderados por ex delegados, se enfrentaron en la Estación Congreso de Tucumán, resultando heridos seis trabajadores del sector. A golpes intentaban formar un sindicato paralelo.
Sindicato, no es el que está manejado por el gobierno, sino, el que tiene la suficiente autonomía para representar libremente a los trabajadores. La democracia es el ámbito favorable para que esto suceda.
La historia argentina demuestra que desde la institucionalización del sindicalismo, en el año 1945, salvo en los gobiernos de Perón, cuando los lideres sindicales respondían fielmente a sus designios, el sindicalismo es y fue un factor poderoso de poder. Vemos la debilidad de los partidos frente al patoterismo sindical consciente de su poder de movilización y de los recursos que les proporciona el manejo de los fondos gremiales.
Los líderes sindicales aún no aciertan a entender la conveniencia de luchar por la vigencia de un sistema democrático., sin el cual, el control del estado se acrecienta hasta el punto de convertir, a los sindicatos, en un instrumento del gobierno, sin ninguna autonomía. Juan Domingo Perón se las quitó, dejándolos incapacitados para tomar decisiones propias si afectaban alguno de sus planes.
Los utilizó para amenazar o coaccionar a instituciones, partidos políticos, Iglesia, empresarios y a las Fuerzas Armadas, además de fiscalizar a los trabajadores. Las huelgas que se producían debían ser favorables a la política de Perón o eran declaradas ilegales y sus lideres perseguidos.
Con La Revolución Libertadora el sindicalismo recuperó su autonomía respecto del estado, los líderes sindicales lucharon por alcanzar los cargos, se efectuaron otra vez elecciones.
En la presidencia de Frondizi, aunque no pierden su autonomía, el gobierno debe implantar nuevamente -había sido suprimida por la Revolución Libertadora- la ley de asociaciones profesionales, copia de la Ley sindical italiana de 1926. Había sido un regalo de Perón cuando con ella institucionaliza el sindicalismo, en 1945. Otorga personería jurídica a un solo sindicato, por rama de producción. Frondizi establece, otra vez., el sindicato único, por el compromiso con Perón que lo lleva a la presidencia.
La CGT y los sindicatos peronistas fueron una de las causas determinantes del golpe que derrocó a Illia a quien hostilizaron sin descanso pese al estilo democrático del gobierno.
Cuando Perón regresa, en 1973, no solo hace sancionar nuevamente la ley de sindicato único sino que incluye un fuero sindical que concedía inmunidades a las organizaciones y a sus líderes: violaba la Constitución Nacional.
Sin la tutela de Perón la dirigencia sindical tomó funciones políticas aprovechando y aumentando la debilidad de los partidos. Amenazó, conciente de su poder, a todos los gobiernos, incluido el actual.
Los conflictos se siguen resolviendo como desde 1955: entre el gobierno y los sindicatos. Mientras, la relación con los empresarios continúa sumamente acotada.
Presionan directamente sobre el gobierno y otros grupos sociales. Se los adula y beneficia, provocando el aumento, cada vez mayor, de las expectativas. No se los puede dejar de tener en cuenta. Cada día piden más.

La invitación de nuestra presidente a Hugo Moyano en su viaje a España, y las continuas negociaciones del gobierno con él, temeroso de su fuerza ante la crisis, indican claramente la capacidad de coacción que aún tiene el sindicalismo en la Argentina. Obliga, no solo a la concesión de mayores reivindicaciones para los obreros, también a privilegios personales.
No hemos podido superar el tinte corporativista que le dio Perón a la sociedad argentina.
La democracia permite que el gobierno ejerza el control sobre las reglas, que garantizan la autonomía y libertad sindical. Pero, sin orden, la democracia se diluye. La paz social depende, en gran medida, de la responsabilidad de individuos y grupos. La dirigencia sindical, ante la crisis actual, no alcanza a darse cuenta que si se provoca desordenes sociales, la democracia como los sindicatos desaparecen.
Los conflictos sociales que en la democracia se manifiestan encuadrados en reglas a las que se debe acatar, en las dictaduras o totalitarismos se los mantiene latentes y se prohíbe su expresión.
Desde la alianza de los sindicatos con Perón, el sindicalismo no ha dejado de reclamar concesiones al estado y apoyar las estatizaciones. Se ha hecho fuerte, más que los partidos y el poder político, al que reclaman participación.
La libertad sindical no le conviene al gobierno, como es historia antigua, la centralización del sindicalismo le permite utilizar el aparato burocrático, para sus fines políticos, con más vigor.
Si observamos la necesidad del gobierno de llevar a Moyano, en su viaje a Europa, se transparenta que después del liderazgo indiscutido de Perón, la elite gremial, sigue con su manejo de presionar al poder político y a la sociedad, con exigencias inmoderadas. Es la herencia de la prédica que socializó en la creencia de un estado paternalista que debe darles todo.
Hoy, los sindicatos son, todavía, uno de los principales factores a considerar si se quiere encontrar las razones de la dificultad de afirmar el sistema de partidos y de mejorar la economía en Argentina.

Elena Valero Narváez. Autora de “El Crepúsculo Argentino”. Lumiere.2006
evaleronarvaez@hotmail.com

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