A nadie se le debe quitar lo suyo…

Elena Valero Narváez

El trabajo como las religiones ofrece seguridad psicológica a las personas. El hombre tiene una conducta previsora: saber que tiene resueltas necesidades presentes y futuras como es un alquiler, las cuotas de un auto, la educación de los hijos, la comida para la familia, entre muchas otras, le permite acercarse a la meta de todo ser humano: obtener respuestas favorables de quienes lo rodean.
Cuando una familia no puede vivir dignamente de su trabajo, las relaciones se deterioran por la preocupación, el miedo al futuro y a los inconvenientes que produce la escasez.
Pero tal vez, peor que estar desocupado, sea vivir con la incertidumbre que aporta el miedo a ser despedido, saber que en cualquier momento uno puede perder la fuente de sus ingresos.
La desocupación destruye a la persona. La deja desvalida, temerosa, la margina socialmente.
Somos socializados para la cooperación social, para el trabajo, cuando no lo tenemos, cuando lo perdemos, con él se va el respeto por uno mismo y el de los demás.
Los argentinos comienzan a notar los efectos psicológicos, sociales y políticos por la desconfianza, la inseguridad y la falta de trabajo o el temor a perderlo.
Durante los períodos de crisis avanzan las autocracias. La gente agobiada por los problemas suele creerles a salvadores, muchas veces simples oportunistas que prometen el paraíso.
Nuestro gobierno intenta utilizar la crisis internacional para seguir con sus planes autoritarios de estatizaciones con una cada vez mayor intervención del estado. Se ha aprovechado la situación para pretender un rescate a los aportantes del sistema de capitalización privado. Suena tan ridículo que haría reír sino fuera una decisión que atropella la inteligencia de los que no se pasaron a la jubilación estatal buscando evitar ser estafados por el gobierno. Éste se apropia de sus aportes para poder solucionar la asfixia fiscal producto del manipuleo de la economía.
La política estatista no parece preocupar incluso a muchos legisladores que rechazaron la medida de estatización de las AFJP, no por rechazo a políticas de ese signo sino por temor a que los Kirchner no administren bien. Fueron espectadores indiferentes a la estatización de varias empresas durante éste y el gobierno anterior.
El problema en realidad es ideológico: una sociedad capitalista debe descentralizar el poder para que la economía no pase a ser administrada por el estado. La actividad privada permite constituir poderes alternativos a los del estado, los cuales son causa de la democratización de la sociedad. Representan controles adicionales al poder legislativo y al judicial.
Washington ha convocado al llamado grupo de los 20 países industrializados y emergentes que incluye a China, a la India, a Brasil y también a nuestro país. La idea es evitar que se cierre el comercio. Quieren alertar sobre las consecuencias que podría tener política autarquicas. La crisis de 1929 mostró que el aislamiento, no es buen tratamiento para la crisis: la política proteccionista aumentó los problemas de la economía en vez de resolverlos. Churchill lo sabía cuando decía que para un partido o gobierno que fundamentalmente es enemigo del capital, siempre resulta difícil mantener la confianza y el crédito que son tan importantes en la economía.
El mundo aprendió: la intervención de Europa y EEUU intenta generar confianza e incentivar el crédito para evitar la depresión tan temida sin impedir el libre comercio de bienes y servicios.
Por la crisis internacional aumentará en 20 millones la desocupación del mundo, según advierte el pronóstico mundial de la Organización Internacional del Trabajo. Habrá más de 210 millones de nuevos desocupados.
Me pregunto como muchos ciudadanos argentinos ¿cómo atacará la recesión éste, nuestro imprevisible gobierno?
¿Cuáles serán las medidas que implementará para paliar las necesidades más acuciantes de la gente a quien más fuerte maltratará la recesión?
Con seguridad, recurrirán, como es habitual en los Kirchner, a robarles a los que ahorran, o a los que según sus designios son los que deben empobrecerse en nombre de la “solidaridad” que implica el reparto desde el Estado.
Los Kirchner se olvidan de que, si no existen las condiciones para crear riqueza o si las hay y se las destruye, como hicieron con el sector agropecuario, “la distribución” aumenta la pobreza. No se puede repartir lo que no hay.
La política adecuada es la de permitir y fomentar que se desarrollen en la sociedad intercambios voluntarios que beneficien también a los más pobres. En resumen dejar que se desarrollen las condiciones que generan riqueza. Estas surgen de las libres interacciones.
La mejor manera de promover la prosperidad de los argentinos es ayudar a que podamos ascender, participar, competir, para que la mayoría no necesite de la ayuda del Estado. Esta debe dirigirse hacia quien realmente la necesite, enfermos, niños, marginales, en vez de ir hacia la compra de políticos y votos o hacia turbios negocios de funcionarios del gobierno con empresarios.
El reparto de la riqueza, siempre escasa, se puede realizar por medio del gobierno y su burocracia fijando quien se beneficia y quien no o, mediante el mercado. Son dos métodos que no se llevan bien.
El primero es el que eligieron Hitler, Lenin, y en menor medida Hugo Chávez y Evo Morales quienes como todas las dictaduras planificadoras se convierten en sociedades militarizadas, se disminuyen los grados de libertad hasta asfixiar al individuo, destruyen la persona, y aunque lo hacen en nombre de la liberación del hombre, lo encadenan al estado. La pobreza se extiende a la par de las paupérrimas condiciones de vida.
El segundo método, el mercado, es el que eligen los países capitalistas. No es perfecto, no reparte igualitariamente recursos, premios y castigos, pero, por comparación, observamos que ha permitido vivir más, el aumento del consumo de toda la gente junto a sus fundamentos: la propiedad privada, la libertad de elección y los derechos civiles.
No persigue la igualdad, meta imposible, si es que pretendemos que la sociedad que se basa en la cooperación de “desiguales” perdure.
La economía de mercado al que algunos ingenuos políticos pretenden darle el acta de defunción, protegerá a los países que no interfieran demasiado en sus economías. Ha permitido acumular y concentrar riqueza en niveles nunca experimentados en el pasado. Posibilitó en esta crisis rescatar bancos y empresas y evitar muchos de los problemas que sin capital hubiéramos tenido que afrontar con mucho más esfuerzo.
A los argentinos, la recesión nos toma demasiado desprevenidos. Cristina deberá ocuparse de los sectores más vulnerables, entre los gritos desaforados por la puja distributiva de sectores que se sienten postergados. Estamos en una posición desfavorable en el escenario mundial como para pretender ahora tirar demasiado de la cuerda sin reconocer que es débil y se puede cortar: a la fragilidad política sumamos el raquitismo económico. La presidente añade violaciones a la propiedad privada y la falta de garantía a la legitimidad del lucro, meta de toda empresa que pretende ser exitosa.
Si el Congreso no reacciona, este gobierno se posesionará, utilizando cualquier medio, de toda la producción: asumirá todas las decisiones en materia política y económica.
La crisis puede ser causa del fortalecimiento del poder estatal y de la disminución de la fuerza de la sociedad civil. La democracia depende de que la quiera la gente. Los argentinos han votado en el pasado a favor de dictadores y vemos, sin asombro, que empresarios, asociaciones, políticos, grupos de presión, aceptan subsidios y privilegios a cambio de la sumisión al estado. El gobierno está politizando al mercado. Lo somete a sus determinaciones impidiendo la competencia y el libre intercambio.
Los que defendemos la democracia tenemos la esperanza que funcione en forma satisfactoria el Congreso y el poder judicial, que legisladores y jueces no se plieguen a las ordenes del ejecutivo si van contra las leyes de la República, que se mantengan inmunes a la influencia de los que mandan, con la vista puesta en el sistema democrático.

Elena Valero Narváez (Autora de “El Crepúsculo Argentino” Lumiere, 2006)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo estoy confundido,el Ministro del Interior habla del pago de Jubilaciones, el Gobernador de Buenos Aires sobre la ley que ampara a los menores, el Ministro de desarrollo sobre la seguridad Juridica, se viola la Constitucion y la Suprema Corte mira para otro lado, pregunto, una ley del Congreso puede violar la Constitucion? La Corte Suprema no es la vigilante de nuestra constitucion? Como puede el Congreso tratar una ley que viola la Constitucion, con el 100% de votos a favor?

Anónimo dijo...

Julito: te doy la razón que parece buena parte de los argentinos no tenemos!!Elena