Los sindicatos y el poder


Elena Valero Naráez


Un supuesto estado gripal impidió la reunión de la presidente con los sindicalistas, quienes serán recibidos recién el lunes 30.
El consejo directivo de la CGT, procura presionar, para que sea aceptado su reclamo de incorporar más sindicalistas a las listas de diputados bonaerenses del PJ, conducido por su marido, Néstor Kirchner. También pretende que el gobierno aplique un impuesto a la renta extraordinaria de las empresas para paliar la desocupación. Aumentar el seguro de desempleo, subir las asignaciones familiares y retocar los sueldos de los jubilados, figuran en las peticiones que por vía propia o con la ayuda de Moyano intentan sindicalistas independientes y representantes de los grandes gremios. El 30 de abril, además, por iniciativa de Moyano, habrá una movilización gremial en la Avenida 9 de Julio.
El sindicalismo muestra, al presionar de esta manera, que ya no está supeditado a un gobierno y a un líder como sí, lo estuvo, después que Perón institucionalizó al sindicalismo.
Cuando Perón llegó al poder, en 1946, concretó la tarea de dominar a la dirigencia gremial, eliminando a los que no estaban dispuestos a aceptar su dirección personalista y autoritaria.
Bajo su liderazgo el sindicalismo fue dependiente y usado políticamente y la elección de los líderes sindicales estuvo ligada a la fidelidad al líder.
Las gratificaciones concedidas por Perón, a los sindicatos, fomentaron, en gran parte de la sociedad, la idea de la necesidad de un estado protector, la cual, por inercia cultural, aún perdura.
Esta política fue parte del corporativismo que marginó a los partidos y potenció la relación de los sindicatos con el Estado, obstaculizando el vínculo con las empresas.
Asociaciones profesionales, empresariales y sindicales, como también los partidos, fueron perseguidos, debilitados y desprestigiados y debieron subordinarse a la conducción y autoridad de Perón.
Se cambió el sistema que nos había llevado al progreso político y económico, por otro, impregnado de nacionalismo, de clara orientación socialista y populista.
Después de 1955 el partido peronista quedó debilitado, con su líder en el exilio y proscripto. Es así como los dirigentes sindicales se convierten en intermediarios de Perón adquiriendo, poco a poco, autonomía e importancia frente a los debilitados partidos políticos.
El triunfo de Alfonsín, en 1983, significó un golpe al corporativismo peronista y abrió el juego hacia la formación de un sistema de partidos pero, la crisis del 2001, nos trajo a los Kirchner. Con ellos regresó el autoritarismo aunque, los líderes sindicales, ahora, juegan un papel preponderante: de su buena o mala voluntad depende la gobernabilidad.
No obedecen ciegamente a las intenciones de Kirchner, quien no logra quitarles poder político propio y peso en sus propios sindicatos, como lo hizo Perón para usar al gremialismo como fundamental arma política.
Todavía escuchamos a Moyano y a otros líderes sindicales defender las ideas de la antigua “doctrina nacional”, las cuales, como antes, traban el desarrollo de la economía.: justicia social, políticas estatistas, y la soberanía o independencia nacional.
Los partidos no se han recuperado, el partido liderado por Kirchner sigue con la pretensión de ser “único”, desprestigia a la oposición y recrea un régimen corporativo donde el marco democrático está viciado por pujas sectoriales.
La esperanza radica en que la corriente política mayoritaria elija, esta vez, propuestas y estilos democráticos. Eso permitiría la formación de un sistema de partidos y con ello el debilitamiento de los sindicatos. Éstos, deberían retornar a la relación sindicato-empresa para obtener salarios justos basados en la rentabilidad y no en el capricho de angurrientos líderes sindicales.
Los trabajadores tienen que constituir organizaciones, libremente, y afiliarse a ellas observando los estatutos como única condición.
Esperemos que vengan tiempos mejores donde los lideres sindicales dejen de utilizar el inmenso poder que poseen para cambiar favores con el poder político de turno.
No son tolerables, en un clima democrático, acciones contra organizaciones o entidades que se oponen a las arbitrariedades del gobierno ni las que tienden a fragmentar a los partidos políticos.

Elena Valero Narváez. (Autora de “El Crepúsculo Argentino.Lumiere,2006.)
evaleronarvaez@hotmail.com

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