“Ni tanto que queme al santo, ni poco que no le alumbre”


Elena Valero Naráez


La muerte del ex presidente Raúl Alfonsín, provocó actitudes contrapuestas pero con un denominador común: la exageración tanto en el halago como en la crítica. Fueron pocos los que se animaron a dar una imagen real del gobierno del ex presidente aunque destacaron, acertadamente, su actitud positiva de diálogo ante los problemas que le toco asumir durante su presidencia y también como líder de la oposición.
Creo que deberíamos aplicar el dicho popular “ni tanto que queme al santo, ni poco que no le alumbre”.
La repercusión de su muerte en nuestro país y en el exterior, representa la importancia que tuvo el triunfo de Alfonsín en 1983: los argentinos votamos por la paz, contra la dictadura y la guerrilla. También, por el temor al peronismo, el episodio de la quema del cajón por Herminio Iglesias, asustó a sectores independientes e indecisos, aumentando el caudal de votos del candidato radical.
El gobierno constitucional encarnó la esperanza en que no solamente se resolverían los problemas económicos de orden interno, sino que definitivamente viviríamos en democracia.
La emoción con que Alfonsín recitaba el Preámbulo de la Constitución, en la campaña, es todavía recordado por casi todos los argentinos, quienes compartían la necesidad de no volver a consentir la destrucción de bienes y personas, de lograr la “unidad nacional” a través de los partidos y respetando las diferencias. En resumen, con la elección de Alfonsín como presidente de los argentinos, aceptamos la democracia representativa como método para solucionar los problemas graves que debía afrontar el nuevo gobierno.
Habría que destacar la carrera política del ex presidente porque explica cómo se puede alcanzar el poder por métodos democráticos. Alfonsín fue concejal, diputado, y senador, antes de llegar a ser el presidente de todos los argentinos. Hizo una carrera política, contrariamente a las aspiraciones de los guerrilleros o terroristas del mundo, quienes intentan llegar al poder, rápidamente, por medio de métodos basados en la violencia. Raúl Alfonsín se opuso de la dictadura y contra la acción de los terroristas, aunque se interesó por ayudar a los familiares de los desaparecidos.
Recibió una economía que necesitaba de terapia intensiva: el Banco Central contaba con reservas de sólo 102 millones de dólares, la inflación alcanzó, en 1983, el 43,7%, el déficit del balance de pagos llegó, en el mismo año, a 4.403 millones de dólares, no se cumplía los acuerdos con el FMI, el consumo global superaba el 80 % de la oferta y demanda de la economía, entre otros datos que muestran la situación desfavorable de ésta, en el momento de asumir.
Su gobierno vio la situación tal cual era, lo demuestra, claramente, el plan Austral de 1985 con que se intentó estabilizar la economía: se basaba en tres pilares fundamentales: el cambio drástico de las expectativas, no emitir para financiar el tesoro y en reducir el gasto y el déficit fiscal. La lucha contra la inflación iba a ser prioritaria. Lamentablemente, a pesar de ver los problemas con claridad, ninguno de los planes tuvo éxito. Ni el período en que fue ministro de economía el Dr. Bernardo Grispun, ni el plan “Austral”, tampoco el plan “Primavera”, cumplieron con las metas que se habían propuesto.
Aunque se hablo de privatizar, no se avanzó en el tema, tampoco en la política de desregulación y de reestructuración del sector público. Lo hará el presidente Menem, luego del fracaso del gobierno del Dr. Alfonsín.
Pero, la muerte del ex presidente ha conmovido a la mayoría de los argentinos quienes, encontraron en su figura un contraste ejemplar con el gobierno actual.
Néstor Kirchner pretendió utilizar políticamente al líder radical: aseguró que le había prevenido contra los sectores conservadores quienes, como a él, intentarían combatirlo. No estaba Alfonsín para corroborarlo por eso pudo aprovechar la situación para hacer política contra sus adversarios.
Alfonsín, en su último mensaje grabado, pidió al gobierno dialogo con la oposición y a la oposición dialogo entre sus líderes. Es un gran consejo. Vio claro qué necesita La República para resurgir: un encuentro fecundo que permita regresar al respeto de la letra de La Constitución, a la ética del trabajo, a la normalización de los mercados y a discutir los problemas en el marco del estado de derecho.
El jueves pasado, la sociedad despidió al líder radical con emoción, destacando valores que son mancillados por el actual gobierno. Se anhela regresar al espíritu democrático de 1983: la coexistencia pacífica de los argentinos a la sombra de reglas provisorias y perfectibles, con partidos que cumplan el rol, indispensable, de luchar por ideas plasmadas en programas contenedores de los reclamos de la gente.
En las próximas elecciones, elegiremos con más responsabilidad a quienes nos defiendan de políticos trasnochados que pretendan avanzar sobre las instituciones para dominar a la sociedad civil, garante del sistema democrático. Así lo demuestra, la masiva despedida al ex presidente.
También, en muestro análisis, deberíamos tener en cuenta la enseñanza de Max Weber, quien diferenciaba la ética de las intenciones de la ética de las consecuencias. Todos los políticos quieren triunfar y pasar a la Historia como grandes presidentes, pero si se equivocan en la elección del rumbo las consecuencias las sufre la gente.

Elena Valero Narváez. (Autora de “El crepúsculo argentino”. LUMIERE. 2006)
evaleronarvaez@hotmail.com

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