Obama

por Rodolfo Pandolfi

Recuerdo con precisión los festejos de la ultraizquierda histérica el día en que fue asesinado Luther King. Para ella se había barrido al peor agente del poder blanco y de la CIA, al hombre de trapo de los poderosos blancos, el gatopardista (con una percepción fílmica inexacta del Gatopardo). Y llegaba el momento de Malcolm X, de la verdadera revolución negra. Ahora, Obama será considerado un pretexto conspirativo del ex-bushismo mientras los extremistas tratarán de cortarle la respiración. Luego, sus mismos enemigos feroces le rendirán culto, como a Roosevelt y a Kennedy. Esa mentalidad retorcida e insincera no atrae sino que espanta.
Está claro que ni Obama ni nadie podrá transformar al mundo y a la condición humana de cero a cien. Pero el triunfo del candidato demócrata tiene una significación que el tiempo irá depurando, para mayor o para menor.
En 1688 la Revolución Gloriosa abrió una renovación en el alma inglesa. El paraíso no llegó. Tampoco con las grandes expectativas de la Revolución Americana de 1776, de la Revolución Francesa de 1789, de las revoluciones rusas, chinas y cubana, ni con la liberación de Europa oriental. La historia nunca es simple, nunca avanza en línea recta.
Pero el 4 de noviembre ocurrió algo en los Estados Unidos de América. Al iniciar su espectáculo del 5, en el Gran Rex de Buenos Aires, Bela Fleck y su conjunto se presentaron diciendo, con una sencillez difícil de transmitir, "todos estamos muy contentos con lo que pasó ayer" y casi todos aplaudieron. Los adultos grandes debíamos ser menos de una docena de espectadores.
Luego, esos chicos americanos, sin payasadas, fueron explicando lo que hacían. Alguien preguntó cuánto improvisaban. "Siempre se improvisa, siempre improvisamos. Improvisamos cuando hablamos, cuando queremos, cuando votamos. Pero siempre improvisamos sobre la base de una partitura". Fleck eligió su nombre artístico, Bela, en homenaje a Bela Bartok. Anotó que la música tiene que ver con la actividad cerebral pero, sobre todo, con las emociones. Sin sentimientos no existe música. Rescató luego una palabra que tiene resonancia infantil: bondad. No se puede hacer buena política con malos sentimientos, con incomunicación, con la avaricia egoísta de los suntuosos prepotentes o con la hipocresía.
Pilar Rahola (quien al principio estaba con Hillary Clinton) resume qué entiende por cambio. No es la inmadura exigencia "que se vayan todos". Ese "todos" son siempre los otros.
Change, cambio. Las revoluciones fastuosas desataron sueños imposibles y miles o millones de muertes. El cambio es el "festina lente" de los romanos o el "sofrosyne" de los griegos. No consiste en destruir sino en mover con apresurada prudencia, con exaltada calma, con el cerebro y los sentimientos, como cuando se construye la comunicación, inexistente en los lodazales del odio y de la corrupción.
La revolución es grandilocuente, operística, y capta por la fantasía que despierta, por la necia negativa a reconocer los hechos más evidentes de la vida, pero puede matar y mentir secando la misma espuma que levanta. En el fondo, la ferocidad mentirosa es una forma de asesinato, porque intenta cortar el pensamiento. El cambio se produce en la democracia, que siempre es menos heroica que la retórica fugaz de las dictaduras.
El cambio es incierto, como en las curaciones. Pero lo incierto y discutible, como la democracia, viene triunfando desde la guerra del Peloponeso.. En el fondo, lo relativo es mucho más absoluto que el absoluto mismo..
Nadie sabe si Obama tendrá éxito o no y aún los pibes que lo aplaudieron la otra noche en el Gran Rex de Buenos Aires, quemando sus falsos ídolos para turistas, saben que deberá enfrentar terribles tormentas y no carece de puntos frágiles. Los americanos no votaron por la certeza sino por la duda.
Además, Rahola asume esta cuestión: ¿no tendríamos que temer a Obama por lo que no sabemos? "No importan las dudas, ni las ambigüedades, ni lo que esconde. Lo que importa es que ha devuelto la ilusión por la política, ha dado la esperanza de una América amable y abierta al mundo".
"Hoy toca volver a creer". "Podríamos decir, pues, parafraseando a James Carville, el famoso estratega de Bill Clinton en su campaña contra Bush padre, que los norteamericanos se dicen a sí mismos, "es el cambio, estúpido", y ello los reconoce como habitantes de una esperanza nueva. ¿El cambio hacia dónde? El cambio en sí mismo ya es el inicio de un camino mejor".
"Obama ha conseguido reilusionar a los americanos hasta cotas históricas, quizás solo comparables a las que consiguió Roosevelt, el propio Kennedy o incluso, en menor medida, Bill Clinton. Magmático hasta el punto de aunar en su campaña desde cubanos exiliados, hasta líderes feministas, jubilados, judíos o pastores negros. La suma de los barrios chic de Washington con las zonas suburbanas de Chicago, dan la medida de su extraordinaria habilidad para el consenso".
Los enemigos de la democracia parecen haber quedado sin argumentos. Para uno de los más torpes entre ellos, Obama no es suficientemente negro. De todos modos, de la pavorosa situación real de los negros en los países que a ellos les gusta nadie dice nada. Los iraníes y Evo Morales comparten la ficción de una esperanza. Los palestinos temen que la alianza de hecho marcada con la designación de un jefe de gobierno explícitamente judío debilite al fundamentalismo musulmán en el tercer mundo. Muchos hombres de negocios confían en él menos que en Bush. La izquierda catártica de la Argentina no sabe qué decir. Cuba aplacó su entusiasmo previo porque hizo caer con ella la sospecha de un apoyo encubierto a los republicanos.
Obama se encuentra frente a una crisis tremenda. Sabe perfectamente, como buen negro, que los prejuicios no desaparecerán aunque se eliminen las causas y por varios siglos existirá gente que no se preocupó jamás en informarse sobre cómo funciona la libertad y sigue repitiendo viejos disquetes obsoletos. Queda por ver si será un buen presidente pero lo evidente es que ha hecho sonreír al alma del pueblo americano y generado una ilusión que tanto le faltaba. Tiene conciencia de los terribles problemas que enfrenta y como Winston Churchill promete en realidad "Sangre, sudor y lágrimas".

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