1983... ¿Oportunidad perdida?


Elena Valero Narváez


“Nuestro gobierno no se cansará de ofrecer gestos de reconciliación indispensables desde el punto de vista ético. Sin la conciencia de la unión nacional será imposible la consolidación de la democracia. El país está enfermo de soberbia… Tene¬mos una meta: la vida, la justicia y la libertad para todos lo que habitan este suelo. Tenemos un método: la democracia para la Argentina Tenemos una tarea: gobernar para todos los argentinos, sacando al país de la crisis que nos agobia.” (Raúl Alfonsín, 1983)

El Dr. Raúl Alfonsín llegó a la presidencia de la Argentina en 1983. Había sido concejal y diputado nacional en su ciudad natal, Chascomús. Desde el derrocamiento del Dr. Illia disputó la conducción del partido radical a Ricardo Balbín.
Fue uno de los pocos que criticó el intento de recuperación de las Malvinas: aseguraba que ella encubría una crisis económica aguda, con problemas sociales acuciantes y pedía desde todas las tribunas comenzar, de inmediato, con un proceso de democratización.
Fernando de la Rúa apareció como contrincante en la lucha interna del partido, Alfónsín después de derrotarlo ampliamente, creció y se preparó con decisión para las elecciones nacionales. Recorrió el país en una campaña proselitista la cual, lo tuvo como actor incansable. Su figura fortaleció al Movimiento de Renovación y Cambio con el que llegó al poder.
Las elecciones fueron impecables y el partido justicialista no fue proscripto: comenzaba el camino hacia la democracia.
El presidente Arturo Frondizi, junto a María Estela Martínez de Perón, acompañaron al flamante presidente el día en que asumió el cargo.
Es cierto que Raúl Alfonsín tuvo que entregar el poder anticipadamente y que no pudo resolver problemas tan graves como la inflación pero, debemos reconocer, que el país no estaba preparado para un cambio de rumbo como era el que necesitaba para crecer y desarrollarse. Militares, sindicalistas, peronistas, intelectuales, buena parte del partido radical y la sociedad en general, no veían con buenos ojos el llamado de Alfonsín a capitales extranjeros.
Los críticas exacerbadas a su gobierno, olvidan que intentó, con la designación en el ministerio de Trabajo al sindicalista Mucci, democratizar al poder sindical. Su proyecto fue rechazado en el Senado: no tuvo más remedio que tratar de conciliar con los líderes sindicales ortodoxos, Saúl Ubaldini y Lorenzo Miguel, quienes le hicieron la vida imposible. Soportó 13 huelgas generales.
La debilidad del sistema de partidos provocaba que los sindicatos pudieran hacer y deshacer aumentando su poder de presión sobre el gobierno. En la actualidad vemos que Néstor y Cristina Kirchner aún los necesitan como aliados. El mejor golpe a Moyano y compañía se lo ha dado la Corte Suprema al iniciar el camino hacia la libertad sindical. Es lo que ayudará a fortificar el sistema de partidos que, penosamente, se está formando. También disminuirá la influencia de ideas reaccionarias que aún, por inercia cultural, persisten.
En política exterior fue lamentable que no fuera el Dr. Alfonsín, el que reanudara las relaciones con Inglaterra, cuando se había animado, entre tanta pasión nacionalista, a decir que la guerra de las Malvinas era un despropósito.
Durante su presidencia se resolvieron los problemas limítrofes con Chile, por los cuales estuvimos, en 1978, a un paso de la guerra.

En abril de 1985 se inició el proceso a los integrantes de las juntas militares. Los más altos jefes fueron juzgados por violaciones a los derechos humanos y más tarde, para pacificar a la sociedad argentina, no dudó en apoyar la leyes de obediencia debida y punto final aunque disminuyera su popularidad.

Alfonsín había luchado denodadamente por el respeto a los derechos humanos pero, comprendió, que no siempre un presidente puede conformar y obrar de acuerdo a todos los gobernados. A pesar de las críticas privilegió la paz, como lo hizo también el presidente Menem, con el decreto de amnistía que benefició a los dos protagonistas de la guerra que enlutó al país: militares y guerrilleros.

El 13 de agosto de 1987, el Poder Ejecutivo, puso en marcha un plan de privatizaciones de empresas que se encontraban bajo el control del ministerio de Defensa.

Rodolfo Terragno, ministro de Obras Públicas, propuso acabar con el monopolio de los servicios públicos. Ello permitía posibilitar la convivencia de las empresas del estado con las privadas pero, el proyecto de privatización parcial de Aerolíneas Argentinas y Entel naufragó, como otros buenos planes en el Congreso, por la oposición justicialista. Sin embargo, comprendemos a la distancia, que comenzaba a interesar el capital extranjero.

Esta intención del gobierno merece valorarse en su justa mediada. La cultura de los argentinos era estatista. Fue el primer signo de que nuevas ideas se estaban insinuando: Privatizar significaba achicar un Estado con una burocracia ineficiente y corrupta. También era un paso adelante hacia la posibilidad de fortalecer a la sociedad civil y disminuir enormes bolsones de corrupción: se proyectaba afianzar la democracia. La oposición justicialista rechazó la iniciativa y debió encajonarse el proyecto. Lo abrazará el presidente siguiente dando un giro de 180º al rumbo económico, al ver el fracaso, en esa área, del presidente Alfónsín: Carlos Menem, se decidió a encarar la reforma del Estado. Los ejemplos de Frondizi, Gorbachov, Felipe González deben haber influenciado en el cambio.

Carlos S. Menem, como Alfonsín, triunfó democráticamente, primero dentro de las internas del justicialismo y luego en las elecciones nacionales. Fernando De la Rua, no hubiera violado los principios de la democracia, sistema que presumiblemente hubiese perdurado, como también, una política acorde con la de los países desarrollados..

No intento en esta nota hacer un panegírico del Dr. Alfonsín al dejar de lado los errores que cometió durante su gobierno. Basta con decir que tuvo que entregar el poder anticipadamente. Esta actitud tiene un lado ponderable. La mayoría de los gobernantes intentan aferrarse al sillón presidencial aunque el mundo se venga abajo. Alfonsín, otra vez, prefirió actuar pensando en el bien de la República: se retiró anticipadamente de la presidencia.

Los argentinos, compramos o sacamos del cajón, en 1983, ejemplares de la Constitución para recitar, junto a Raúl Alfonsín, el preámbulo. Con júbilo festejamos la vuelta a la democracia, el sistema de estado por el cual se pueden resolver pacíficamente los conflictos. El gobierno, después de tanto tiempo, resultaba transparente a la vista de la sociedad, porque la opinión pública estaba institucionalizada, es decir, reconocida por el gobierno.

La opinión pública, lo que piensa la gente, es la encargada de ejercer control sobre los poderes de la República. La prensa tiene la responsabilidad de hacer manifiesta la opinión de la ciudadanía y de enterarla de los actos de gobierno, de analizarlos y criticarlos.

Hace apenas días el “equipo Moyano” interfirió en la distribución de los diarios Clarín, y la Nación, con el conocimiento del Gobierno Nacional. Se sumó a las constantes violaciones a la Constitución por parte del gobierno.

¿Fue 1983 una oportunidad perdida?
En este recuerdo sobre la restauración de la democracia en la Argentina muestro la añoranza por ese sistema de estado que tenemos muchos argentinos.

La disminución enorme de la popularidad del gobierno actual en las encuestas, señala que una gran proporción de gente valora la libertad, la libre iniciativa y la propiedad privada. Tal vez tengamos otra oportunidad.

Con la democracia no siempre se logra el éxito económico, pero la libertad nos permite, a pesar de la incertidumbre que provoca, crear, innovar, cambiar, y sobre todo, el funcionamiento de controles institucionalizados para perfeccionar el estado y con ello mejorar y engrandecer La República.

Elena Valero Narváez. (Autora de “El Crepúsculo Argentino” LUMIERE, 2006)

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