Las comparaciones son siempre odiosas

Gentileza de Oscar N. Ventura

Sabiduría popular, sicología del sentido común, cuando estamos exultantes y nos comparamos con alguien, tendemos siempre a elegir aquellos aspectos de nosotros mismos que nos dejan bien parados frente al mundo. Cuando pasa el entusiasmo, y nos postra la resaca, por el contrario creemos que somos el compendio de todo lo malo y el arquetipo del perdedor. Y nos comparamos entonces, luciendo nuestras peores máculas, con aquellos que por casualidad o designio nos sacan más de una cabeza en la carrera de la vida. Por demasiado arriba, por demasiado abajo, las comparaciones son siempre odiosas.

Pero de vez en cuando, si conseguimos conservar el equilibrio, las comparaciones nos permiten también sufrir tan en carne viva una situación que se transforma en un estigma tal que no queremos volver a repetirlo. La sociedad argentina va desarrollando lentamente anticuerpos contra muchas situaciones que, por suerte, no se volverán a repetir. En el camino ha desarrollado otros defectos que tendrá que corregir si quiere recuperar su sitial privilegiado en el contexto mundial, del cual hoy día está completamente radiada. Quizá el mayor regalo que la pareja Kirchner les ha hecho a los argentinos es construir el deseo feroz de reinstitucionalizar al país. De recuperar o de recrear instituciones que sean de todos y que permitan abandonar la justicia por mano propia, que es la reacción general frente a la profunda desconfianza que han creado en cada argentino los últimos años de su historia.

Lo anterior viene a cuento por el hartazgo manifiesto hacia los piquetes nuestros de todos los días, por el tener que poner la tele para saber por dónde hoy no podremos circular, por el encontrarse con un corte que ni siquiera la tele nos había advertido, por la pérdida de tiempo, de dinero, de calidad de vida, de convivencia, de institucionalidad y de democracia que significan esos cortes. Argentina debe desprenderse de esa lacra y al mismo tiempo castigar la hipocresía de la manipulación social y política que hacen líderes o grupos minúsculos, que no por serlo dejan de tener la potestad disruptora de esos pequeñísimos microbios que pueden tumbar un cuerpo grande y saludable mediante una fiebre de caballo en cuestión de horas.

Sólo de vez en cuando, cuando la prensa nacional publica algún artículo, como La Nación el 26/XII, recuerdan los argentinos que uno de sus puentes con Uruguay sigue cortado por un piquete interminable, tolerado por el Gobierno Nacional y amparado por la Gendarmería costeada con los impuestos de todos. Cuando eso pasa, como ayer, los comentarios que un par de años atrás se dividían entre justificación, comprensión y rechazo, hoy son sólo de rechazo en su amplísima mayoría. Al punto que hoy, en noticias que publican los medios de la Provincia de Entre Ríos, el Presidente de la Federación Agraria de Entre Ríos, Alfredo de Ángeli, se comprometió a que no se realizarían cortes de la ruta 14 durante el verano para no perjudicar los ingresos de los prestadores turísticos de la Provincia ni afectar a quienes quieren vacacionar.

Tan elogiosa resolución tiene, por supuesto, un trasfondo más tenebroso. Por un lado, no es que se haya asumido que el corte es una herramienta antidemocrática y por ello se la descarta. No, no es así. Tan no es así que en el sitio web del diario entrerriano El Argentino (http://diarioelargentino.com.ar/) la noticia se pone al lado de otra que dice que la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú tiene la intención –sólo la intención, pues no tienen la fuerza real para hacerlo– de cortar los tres puentes con Uruguay durante el cambio de quincena, esta vez sin pensar que quizá estén también afectando a gente que quiere vacacionar (por no mencionar otros hechos menores, tales como violar la Constitución, desacatar un fallo judicial, violar las leyes, asumir la representación de las relaciones internacionales, y algunas otras cosillas). La hipocresía y el doble rasero de esos ciudadanos son un síntoma de la descomposición moral y cívica que ha conducido a la actual anomia argentina. Y, además, no olvidemos que estamos ahora en tiempo de cosecha, cuando la aparente solidaria resolución de no cortar encumbre también que las manos son necesarias en los campos, lo que no será así dentro de un par de meses.

Pero desde el título ofrecí una comparación odiosa, que como el limón en una herida debería hacer saltar el cuerpo rebelde de una Argentina que todavía existe. Del otro lado del charco, en tierras uruguayas, el Sindicato de Obreros del Frigorífico Canelones (SOFRICA) inició el 8 de diciembre un piquete bloqueando la entrada de otros trabajadores (no sindicados) y de camiones al frigorífico, como forma extrema de protesta por la falta de acuerdo en torno a un convenio de productividad. Se presentó un recurso de amparo frente a un Juez, quien el 16 de diciembre declaró ilegal el piquete y ordenó levantarlo. ¿El resultado? El Sindicato acató el fallo, levantó el piquete, se sentó nuevamente a negociar con la empresa, y llegaron ya a un acuerdo sobre el conflictivo convenio.

Cabe destacar cual fue el razonamiento del Juez. Existen dos tipos de piquetes, dice, “el pacífico y el lesivo de derechos”. El primero se considera lícito pues se lleva a cabo "sin violencias o amenazas, ni lesión de otros derechos, sin cortes de vías públicas y sin alterar el orden público". En cambio, el piquete duro es ilícito "cuando se traduce en violencia, intimidaciones, coacciones o amenazas", contra no huelguistas y empresarios. En esta categoría caen los que consisten en una "barrera humana que obstaculiza el ingreso de los no huelguistas y del empresario".

Ni que hablar que lo mismo se aplica a vías de tránsito y al derecho de circulación de los ciudadanos del país y el resto de los habitantes del Mercosur, así como sus mercancías, protegido por el Tratado de Asunción que el gobierno argentino viola sistemáticamente. Las comparaciones son, por cierto, odiosas.
Argentina debe recuperar lo mucho que perdió, tanto en respeto internacional como en posicionamiento en el mundo. Para ello tiene que recuperar el respeto por sí misma, el respeto de cada habitante de ese inmenso país por cada otro de sus conciudadanos, y tiene que abandonar el latiguillo autojustificatorio de que cortar rutas, cortar puentes, violentar la letra y el espíritu de las leyes y la Constitución, constituyen la única forma de hacer valer los derechos cívicos.

Sólo cuando esta lacra desaparezca, podremos decir que Argentina ha empezado al menos a frenar su descenso. Queda mucho que construir aún para empezar a remontar la caída. Pero principio quieren las cosas.

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