Los antisanmartinianos

Sep-18-08 - por Rodolfo Pandolfi

La paz, la igualdad, el respeto por la naturaleza, el debate ilustrado y comprensivo, la justicia social, son valores deseables. La guerra, la enfermedad, la discriminación racial, etaria y genérica, el envenenamiento ambiental, el atropello, el terrorismo (de Estado o no), la injusticia, son tremendos disvalores. La armonía es preferible a los bombardeos y la democracia es mejor, y más efectiva, que las dictaduras.
Asombra el nivel de ingenuidad o de hipocresía del discurso buenista. La conflictividad está expandida en la naturaleza y se manifestó a través de los tiempos: Abel y Caín (nómades contra sedentarios, según algunas exégesis teológicas), las barras de la esquina, las peleas por las preferencias futbolísticas o por grandes ideales y poderosos intereses. "Dos personas, una interna".
Desde las luchas entre tendencias filosóficas y capillas literarias hasta los enfrentamientos nacionales y sociales o la existencia del racismo llevan a una conclusión inequívoca: la bondad celestial y absoluta es imposible.
Todos los países de América Latina tienen reivindicaciones territoriales, con la relativa excepción de Brasil. Oriente y Occidente expresan formas distintas de vivir y de pensar pero, al mismo tiempo, los chinos del norte son considerados como inferiores por muchos chinos del sur.
Los países amenazan siempre, a través de sus gobernantes, y en gran parte amenazan porque tienen miedo. Como una familia, una tribu o la división de un colegio secundario encierran sus rencores y sus tensiones, la autoridad es necesaria para evitar la lucha perpetua. Los hijos que asesinan, en el sentido psicológico, a sus padres, no son más felices sino que se convierten, sencillamente, en buscadores de nuevos padres. Pero sin códigos que regulen y moderen el ejercicio del poder, las entropías se hacen más peligrosas aún.
La declinación de la religiosidad y de los diversos sistemas de valores, al menos en la Argentina, no produjo mayor felicidad entre los jóvenes así liberados. Una encuesta asegura que cerca del 80% de los menores de 25 años no encuentra sentido a la vida. El vertiginoso crecimiento de la drogadicción no significa más que una rauda huída de la realidad.
Muchos buscaron una solución militar a sus angustias y a su soledad (el terrorismo, o simplemente Cromagnon) para sentirse, al menos, más audaces que otros. Por supuesto que existen causas consideradas justas por sus protagonistas, pero es impresionante ver como los temperamentos más violentos pasan con facilidad de una a otra. El objetivo es infundir miedo para no tener miedo. Y los grandes pavores son, de todos modos, inevitables. El único punto es como se los puede manejar. El valiente no carece de temores (esa carencia es propia del espacio esquizofrénico) sino que tiene capacidad y entrenamiento para asumirlos.
Ahora muchos de los intelectuales que asesoran al matrimonio Kirchner quieren rebajar la importancia de José de San Martín. Al parecer, San Martín como icono es un precursor de Camps. Es difícil que el héroe de la libertad americana se alegraría con la comparación.
¿Soslayar a San Martín en nombre de la sociedad civil? ¿La carrera de las armas es propia de la derecha? Al impulsivo coronel Hugo Chávez no se le ocurre degradar a Simón Bolívar y las tropas desfilan hasta en la iniciación de los campeonatos de fútbol; a José Stalin no se le pasó por la cabeza borrar al príncipe Alejandro Nevsky ni al zar Iván el Terrible; los chinos convirtieron la historia del Celeste Imperio en el gran telón de fondo de las Olimpiadas, donde tampoco faltaron paradas de tropas, a paso de ganso. La Argentina tuvo a generales autoritarios y, en algunos casos, brutales, pero no fue muy distinta la historia de Vietnam con Syngman Rhee o con Ho-Chi-Minh, de Chile bajo Pinochet, de Paraguay con Stroessner (el preferido de Juan Domingo Perón), de la República Dominicana con Trujillo, de Nicaragua con Somoza y de cuanto pasó en otros tantos países bien vistos por el populismo argentino pese a que todos ellos multiplican sus armamentos y en ciertos casos hasta admiten bases extracontinentales.
Pero José de San Martín -en el populismo reinante- es el conducto nacional para una educación militarizada. En un país donde, bajo la bandera de los Derechos Humanos, se cambia de nombre al principal acceso Oeste de la ciudad de Buenos Aires, la avenida Provincias Unidas, por Brigadier General Juan Manuel de Rosas y donde se enchastra a Julio Argentino Roca, que evitó la pérdida de una Patagonia que hubiera terminado siendo chilena inexorablemente, la culpa por la represión procesista pasa a rebotar en el general José de San Martín. Los íconos elegidos para la Feria Cultural de Francfort son expresivos del ser nacional.
Perón no entendía ese toque de modernidad cuando proclamó a 1950 como el "Año del Libertador General San Martín" y dispuso que todos los días, en todos los diarios, se colocara la correspondiente leyenda. La mirada con los ojos en la nuca llegó a un punto intolerable.
Los franceses no han destituido ni a Napoleón ni a Charles de Gaulle; los ingleses no hundieron el barco del almirante Nelson. No saben, como nuestros gobernantes, los riesgos que corren.
Los ejércitos y las policías existen y existieron siempre en todos los rincones del mundo, capitalistas o anticapitalistas. Plantan sus banderas, se identifican con sus músicas, reivindican a sus héroes portadores, al mismo tiempo, de una raíz histórica y de una señal de identidad psicológica.
Como ya se sabe, lo común es que molesten las fuerzas militares o de seguridad que representan a determinados países (o gobiernos) y regocijen aquellas que responden a otros, según las preferencias ideológicas, la simpatía y hasta las broncas cambiantes. La guerra de las Malvinas, emprendida por Galtieri, fue buena para Fidel Castro, quien había cultivado excelentes relaciones con la Argentina, y los chicos revolucionarios de las universidades porteñas cantaban: ("Mandarina, mandarina / qué se callen los boludos que hablan mal de la Argentina") o comparaban a Galtieri con Ho-Chi-Min. ("Si no se van, si no se van / les a pasar lo mismo que en Vietnam"). La ilusión es uno de los temas más estudiados en la psicología actual.
Si la racionalidad, la paz, las soberanía nacionales y las leyes estuvieran fuera de discusión, la presión armada seria innecesaria pero no existen sistemas de izquierda que no enfrenten a personas de derecha y viceversa.
En realidad la unanimidad es una fantasía. Hay partidarios de la familia y adversarios de la misma, defensores de la monogamia y adherentes a los matrimonios abiertos. Están quienes defienden a los gobernantes fuertes y quienes no entienden la necesidad de los gobiernos en sí. Sin algún nivel de imposición, la convivencia resulta imposible y tampoco puede presentarse el caso de vínculos nacionales (y partidarios, o aun deportivos) sin líderes y personajes emblemáticos.
Los Ejércitos y las Policías existen en todos los países del mundo. Son elementos de disuasión o de imposición, según el caso. Su función no consiste en convencer sino en hacerse reconocer como un instrumentos de la ley y de la voluntad del Estado, que nunca expresa a la totalidad de los ciudadanos, lo que introduce un elemento de relatividad en la estructura racional del poder.
Siempre hubo transgresores, opositores u objetores de conciencia. Hasta ahora, siempre existieron quienes conviven en un lugar, sean parte de tribus o de países.
El control del poder se resolvió de diversas maneras a lo largo de la historia, pero fue en todos los casos una relación entre controladores y controlados. Todo vínculo se funda en una conexión al mismo tiempo irracional y racional. Las marchas guerreras no son patrimonio de nadie, se trate de La Marsellesa o de Giovonezza. Los militantes políticos pueden cantar "De cara al sol", "El Ejército del Ebro", "Los muchachos peronistas", la Marcha radical o la Internacional pero esas tonadas son uniformes psicológicos que los une o los identifica. Nadie es diferente de como siente, nadie se pelea con sus ilusiones o sus proyectos aunque sostenga alguna reticencia parcial, dice el Protágoras de Platón. El conflicto es imposible de eliminar, al menos en este mundo, y todos los poderosos o quienes se preparan para serlo en nombre de una causa que se les presenta como racional, cualquiera sea su signo o su discurso, tienen en cuenta el recurso de la fuerza.
La historia no es nunca del todo justa sino justificadora, decía Benedetto Croce. Por lo demás, la misma idea de justicia es parcial y depende del discurso que predomine.
San Martín no es el padre de la Patria, porque esa categoría no existe, pero fue una síntesis unificadora que se negó a derramar sangre de hermanos, que fue liberal y masón pero al mismo tiempo apreció el sello indisoluble de la Iglesia Católica.
Puso en libertad a los negros de Cuyo (1816) y les dijo en El Plumerillo: "Si nos derrotan, los godos van a vender a los negros libres en su mercado de Lima. Pero no podrán vender a los que sepan combatir". A fines del mismo año reunió a los caciques indígenas: "Los he convocado para hacerles saber que los godos van a pasar de Chile, con su Ejército, para matar a todos los indios y robarles sus mujeres e hijos". Era su explicación discursiva de la estrategia indirecta que imponía no saltear a Chile para liberar a Perú.

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