UN FUTURO POSIBLE

Guillermo Lascano Quintana

Acosados por las circunstancias, acostumbrados por nuestra impaciencia y bombardeados por los análisis periodísticos cotidianos, la gran mayoría de los argentinos, piensa y actúa sobre la base del corto plazo.
Hay que hacer el esfuerzo y tener paciencia, para ahuyentar la inmediatez y procurar planear el futuro más lejano.
Ese futuro está abierto y depende de lo que hagamos en el presente, sacando provecho de acontecimientos que han marcado una saludable reacción de gran parte de la sociedad.
Esa reacción, contra la angurria impositiva, se tradujo en la toma de conciencia de que cuando la gente quiere algo y es justo pelear por ello, no hay obstáculos que lo impidan. Pero también se advirtió que para conseguir algo es necesario y conveniente, utilizar los canales institucionales y no las vías de hecho. Los excesos iniciales de la gente de campo y sus aliados, se mitigaron cuando el reclamo se generalizó y fue compartido por muchos conciudadanos. El regreso a las instituciones de la república, debe completarse con la normalización de conductas de funcionarios y ciudadanos, que aseguren el normal devenir político. Ello ha sucedido con una mayor disposición de los legisladores oficialistas a debatir y no a obedecer ciegamente. Además, eso mismo parece haberse hecho carne en algunos jueces que reaccionaron frente a los excesos impuestos por la política oficial de condena parcial a los protagonistas de nuestro pasado violento.
Después del rechazo por el Congreso, del proyecto de ley ratificatorio de la resolución 125 del Ministerio de Economía, se abrió un nuevo panorama político que augura tiempos mejores, a condición de que la institucionalidad sea respetada, a rajatabla, por todos.
En sociedades asentadas en prácticas políticas razonables, los resultados de lo que resuelven los órganos del gobierno, no producen los sacudones que se sintieron en nuestro país.
Aquí, sin embargo se tejieron, y aún se tejen todo tipo de pronósticos y las consiguientes especulaciones, sobre el inmediato porvenir de nuestra institucionalidad, con fundamento en la “crisis” generada por el funcionamiento de los órganos de la República!!!
Un coro de analistas se devana los sesos tratando de imaginar por la conducta de algunos políticos, que sucederá en el futuro inmediato. Y así se especula sobre si los Kirchner abandonarán el gobierno; si Cobos querrá y podrá hacerse cargo del poder ejecutivo, si se concreta aquel abandono; si Duhalde (o el peronismo no kirchnerista) volverá a desempeñar un papel semejante al que jugó al comienzo del 2002; si la situación económica tendrá alteraciones graves en los próximos tiempos; si el oficialismo perderá y a manos de quien, las elecciones legislativas del año próximo.
Lo razonable, lo que desea el común de los ciudadanos, es que el porvenir sea todo lo predecible posible. Que el gobierno termine su mandato o en el peor de los casos que sean los mismos peronistas que instalaron a los Kirchner, los que se hagan cargo, institucionalmente, de resolver los desaguisados económicos y políticos que se generaron desde fines de 2001 y se agudizaron a partir del 2003. Que ellos mismos pacifiquen los espíritus, generen confianza en las instituciones y coloquen a la ciudadanía en el año 2011, en condiciones de forjar un nuevo destino de paz y prosperidad.
Para que eso sea posible hay que permitir que la vida continúe lo mas pacíficamente posible; que se debatan los problemas de la educación, la salud, la seguridad, la energía, las inversiones, la política exterior, entre otros; y que la ciudadanía pueda expresarse en los comicios, a condición de que, paralelamente, los partidos políticos, sepan ponerse a la altura de los desafíos y ofrezcan proyectos viables y razonables. Tal vez la más urgente de las reformas a impulsar en el corto plazo, sea la de establecer un sistema y una práctica electoral justa y confiable.
Nada de lo dicho es sencillo y habrá tentaciones de torcer el camino de la sensatez y la razonabilidad. El pueblo argentino, sin embargo, ha dado muestras, en los últimos meses, de haber aprendido que nada duradero se construye sin esfuerzo y equilibrio.

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